Exequias cristianas

«Nos entristecemos, pues, por nuestros difuntos cuando sufrimos la inevitable separación, pero con la esperanza de que volveremos a tenerlos cerca. Por una parte vivimos el dolor, por otra sentimos consuelo, por una parte nos agobia nuestra debilidad, por otra nuestra fe nos enaltece; allí la condición humana se hace presente en el dolor, aquí la promesa divina nos ofrece remedio». (San Agustín: 172)

El Catecismo de la Iglesia católica dedica los números 1.680 a 1.690 a las exequias cristianas. En el nº 1.684, se lee: «Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, y hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las exequias y anunciarle la vida eterna».
En el nº 1.689, el Catecismo afirma: «Cuando la celebración tiene lugar en la iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana. La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias, y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino».
Oración ante la pérdida de un ser querido.

La muerte no es el final. (San Agustín) 
La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros. Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste. Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí. Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista? Os espero; no estoy lejos, solo al otro lado del camino. ¿Veis? Todo está bien. No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos! ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen! Creedme: cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras, como ha roto las que a mí me encadenaban, y cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón, con todas sus ternuras purificadas. Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás. AMÉN
La eternidad y un día

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